lunes, 3 de noviembre de 2014

- Gran Valle del Rift (Etiopía)

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Como si una enorme cicatriz se tratara, la Gran Falla o Valle del Rift ,divide en dos la antigua Abisinia condicionando su geografía y definiendo su sinuoso relieve. Apreciable desde la Luna, esta colosal hendidura en la superficie terrestre fue estudiada por primera vez en 1893 por el explorador y geólogo escocés John Walter Gregory; y aun hoy en día los científicos, no llegan a refutar plenamente como las fuerzas subterráneas de hace miles de años originaron este fenómeno natural. En un lejano fututo, esta tremenda grieta de más de 7.000 km. partirá de norte a sur todo el occidente africano, pues partiendo desde Mozambique, se extiende por Tanzania, Uganda o Kenia, cruza Etiopia y Djibouti, continuando por el mar Rojo, Sinaí, mar Muerto, hasta llegar la misma Siria por el valle del Jordán. Formándose en millones de años una nueva plataforma continental, una flamante y enorme isla independiente, en el levante de este inmenso territorio de la estirpe negra. Quien llegue a poder contemplar la inmensidad de este valle, quedara atraído por la variada diversidad que en él se acoge.

Además de ser el origen del ser humano; pues es allí donde se han hallado los restos de los homínidos más antiguos del planeta: "Lucy - Denkenesh" (3.5 millones de años) o "Ardi" (4,4 millones de años); aquí que se encuentra uno de los territorios más inhóspitos del Planeta, la depresión de Danakil o Triangulo de Afar, un desierto de 150.000 km2 anexo mar Rojo. Un enorme saladar en el que todavía podemos encontrar volcanes activos, y donde la superficie del suelo se encuentra a más de 120 m. por debajo del nivel del mar, con temperaturas que pueden alcanzar los 54°, llegando a resultar abrasadoras.

Desde los tiempos del "pangea", hace unos 200 millones de años, los continentes que ahora conocemos formaban uno solo, comenzado a expandirse, proceso que aun continua, producido por el movimiento continuo de las diferentes placas tectónicas que forman nuestro maltratado planeta. Su origen está relacionado con procesos de fricción, desgaste y posterior inmersión de la corteza terrestre, en una línea de significativa debilidad geológica, que se generó en la noche de los tiempos, como consecuencia de la separación de las distintas placas de la corteza terrestre existentes entre la península Arábiga y África. Generando una enorme actividad telúrica, como demuestran los numerosos volcanes que por la zona hay, varios de ellos en plena actividad. Algunos de estos ya extintos, son actualmente lagos, que como un rosario se extienden longitudinalmente a lo largo del áfrica oriental, sobresaliendo en la zona etiópica los de: Chamo, Abaya, Hawassa, Shalla, Abidjatta, Langano, Ziway, Koka, Besaka, entre otros de menor tamaño. Teniendo una gran importancia para la economía del país, siendo fundamentales para la alimentación de la población local que vive en sus alrededores. 

Esta inmensa fisura que corta en dos todo el Cuerno de África, en Etiopia no solo parte el país, divide las zonas climáticas, su ancestrales culturas, sus formas de vida y hasta fragmenta el concepto religioso de sus gentes: un noroeste cristiano y un sureste islamizado. La depresión que forma, está custodiada por la gran meseta del macizo etíope, al cual divide en dos partes, destacando al norte los montes Simien y al sureste las montañas Bale, sobresaliendo en ambas cumbres que superan los 4.000 mts.

Nos proponemos franquear, de sur a norte, toda esta fractura de la corteza terrestre en el territorio etíope; desde casi la frontera del vecino país keniano, hasta el golfo de Adén en la árida Djibouti; un recorrido cercano a los 1.800 km. con variedad de climas, escenas y paisajes.

Nos acercamos para ello al sur del país, en las proximidades de Kenia y en tierras de los "borena", para comenzar esta ruta circundando y descendiendo el Cráter del Sod o Chew Bet (casa de la sal), un verdadero agujero negro en medio de este árido paisaje, una visión casi lunar. Este volcán de unos 230 m. de profundidad por debajo de la vasta planicie, acoge en su interior un salífero lago de aguas prácticamente negras, en el que los habitantes de la aldea próxima (Soda) se dedican de extraer la sal con sistemas totalmente primitivos, no utilizando ningún artilugio mecánico, siendo son sus únicos aparejos sus manos y unos cubos. Cargados como mulas, con calzado inapropiado, y bajo un calor asfixiante; así un día tras otro, hombres y mujeres suben y bajan varias veces al día el estrecho, zigzagueante y accidentado camino que por la ladera del cono desciende el precipicio, para extraer la sal, su bien más preciado. 

Por detrás del cráter, no muy alejado, apenas 10 km. por una pista en no muy buen estado, nos acercamos a uno de los llamados "pozos cantarines", del que los "borena" sacan agua a una profundidad de unos 50 mts. para saciar la sed de sus rebaños. La forma de como la que sacan del pozo hasta un abrevadero elevado es todo un espectáculo, ya que desde las profundidades se forma una cadena humana, pasándose cubos de unos a otros, al tiempo que tararean canciones, de ahí su nombre. 

Partimos dirección norte camino de Awassa, siendo una pertinaz niebla nuestra inseparable compañía, transitando una carretera asfaltada (Addis Abeba - Nairobi), prácticamente insufrible, interminable, llena de curvas, y baches, solo amenizada en algunos tramos de mejor visibilidad por un paisaje tropical lleno de intenso verdor. 

Cruzamos la población de Dila (donde hay una buena pastelería, en la que sirven exquisitos zumos y batidos), y donde nos podemos desviar para visitar los interesantes campos de las estelas de Tutu Fella y Tutito. Conjunto funerario de formas fálicas, que con una antigüedad de más de 1000 años, eran usadas para el señalamiento de las tumbas. Llegados a Awassa, entramos en el recorrido de los "lagos cráteres", una sucesión encadenada de extintos volcanes de tamaño considerable, que ahora están laminados por las aguas. 

Awassa, situada en la orilla de uno de ellos, es la tercera ciudad de Etiopia. Moderna, entendiendo por moderno, lo que puede ser este término en este país, es una urbe dinámica y punto de paso de las rutas del sur para la vecina Kenia y del este hacia las montañas Bale. Su principal atractivo es el lago con hermosos atardeceres, y el animado mercado de pescado "Fish Market", que en sus orillas se celebra cada mañana. 

Continuando hacia el norte, se halla Shashemene, en donde existe una comunidad "rastafari", regentada por gentes originarias de Jamaica que llegaron a Etiopía en 1930, en la que su único interés es poder ver algunos coloreados dibujos de su patriarca, el Emperador Haile Selassie y del cantante reggae Bob Marley, además de podernos fumar un porrete, invitación de la casa. 

Cruzamos por entre los lagos Abyata-Shala y Langano. Los primeros han sido declarados Parque Nacional y el Langano con un inconfundible tono achocolatado, aunque para algunos sea de color oro, es lugar de reposo y fines de semana, para las clases acomodadas de la capital etíope, un lugar agradable donde pasar una velada. Más adelante se encuentran el lago Ziway con una importante vida animal, sobre todo avícola, lugar muy interesante para los pajareros y no muy alejado del el lago Koka que se halla a continuación. Paramos en Nazret (Adama) para comer y conseguir "Amarula" una crema de licor sudafricana (17º), que elaborada con azúcar, nata y el fruto del árbol del elefante  o marula, que similar al irlandés Bailey's,  nos sentó fenomenalmente en nuestro anterior recorrido africano por sus tierras australes.

Tras pasar el lago Besaka, llegamos al Parque Nacional de Awash, que recorreremos en la tarde, visitando a la mañana siguiente sus cataratas. El rio Awash lo cruza, siendo en las orillas de su curso inferior donde se han encontrado los restos de nuestros antepasados más antiguos, y que ya sin ningún tipo de duda, eran oscuros…….. siiiiiiiiiiiiiii, los rostros pálidos descendemos originalmente de seres de piel negra, negra como el carbón.  

Tomamos dirección este, para introducirnos en la Etiopia más musulmana, para llegar hasta Harar, la mítica ciudad musulmana y quinta del Islam. La ruta recorre la cordillera de los montes Ahmar, donde durante varios kilómetros sigue el perfil de la misma montaña con vistas a ambos lados, donde se extienden las inmensas llanuras del Danakil al norte y el Ogadén al Sur. A sus márgenes vemos a los orgullosos "afar", vendiendo sacos de carbón vegetal y los primeros camellos. El paisaje es impresionante y grandioso, estamos en las montañas Chercher a más de 2.000 metros de altitud; y aunque la travesía no cunde, por la cantidad de curvas que se suceden una tras otra a través esta espectacular carretera de montaña; todo es verde a nuestro rededor, salpicado con pequeñas aldeas de chozas. Cruzamos poblaciones, donde el colorido de las vestimentas de sus mujeres es sorprendente, comenzando a vislumbrarse lo que será una constante en esta zona del este etiópico. Entre aisladas plantaciones de maíz, observamos cantidad de cultivos de “chat", esa planta estimulante que se mastica por sus efectos alucinógenos, y uno de nuestros primeros contactos con el mundo de esta droga autorizada que no nos abandonará hasta el final nuestro periplo en Djibouti. 

Llegamos en hora tardía a nuestro destino en Harar, solo con tiempo para poder acercarnos a observar una de las singularidades de esta ciudad, la de dar de comer a las hienas, cosa que acontece absolutamente todos los días del año, en un oscuro lugar entre las puertas de Sanga y Erer a las afueras del recinto amurallado. Hay varias creencias sobre el origen de esta insólita práctica, convertida ya casi en rito. Una de ellas se remonta a finales del siglo XIX, cuando después de la celebración del año nuevo musulmán, se dejaban los restos sobrantes de las comidas para que fueran aprovechados por los leones y hienas que rondaban por las afueras de la ciudad.  La otra se refiere a la hambruna que asoló esta zona del país también en el siglo XIX y que según la cual, las hienas eran alimentadas hasta saciar en tiempos de bonanza, para que en tiempos de escasez no atacaran a personas o animales. Aunque se ha dado el caso, que en alguna ocasión las hienas se han engullido a algún beodo que privado por la ingesta alcohólica, ha quedado inconsciente en la calle.
 
Había oído y leído tanto sobre este hecho que me lo imaginaba medio turisteado, y nada mas lejos de la realidad. Alumbrado únicamente por las luces de los coches que hasta aquí se acercan a verlo, un señor con un saco repleto de despojos, llama a estos carroñeros y repulsivos animales, que a través de sus guturales sonidos acuden a la llamada de su valedor, quien uno a uno van comiendo todo lo que se les da. Los "faranji" (turistas) que nos acercamos hasta allí, observamos con perplejidad el espectáculo desde una prudencial distancia y cuando la cosa ya esta medio calma y los repulsivos animales están medio saciados, el maestro de ceremonias nos invita también a participar del espectáculo dándoles también su sustento nocturno. 

Situada en un estratégico enclave en lo alto de la montaña de Ahmar, Harar; conocida también por Harrar, Harer, Adari, o Adaray; es una antigua ciudad musulmana que de verdad impresiona. Declarado su casco histórico Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2006, uno se siente en él como un viajero del pasado, como si el tiempo se hubiera detenido siglos atrás. Fundada en el siglo VII, la llamada “Gey” (ciudad) por sus habitantes, no adquirió notoriedad hasta 1520 cuando el emir Abu Beber Mohamed ubicó en ella su capital, convirtiéndose en un centro comercial, religioso y cultural, por donde transitaban todas las mercancías procedentes de Etiopía, India y Oriente Medio, sobre todo marfil, oro, tabaco, azafrán, café, y hasta esclavos. Pero ocho años más tarde en 1528, el líder musulmán Ahmed ibn Ibrahim alias “Gragn” (el zurdo) comenzó una atroz guerra santa contra el emperador cristiano Lebna Denguel, asolando todo cuanto encontró a su paso, hasta que en 1541 con el auxilio de los portugueses consiguió vencer y dar muerte al sarraceno en la batalla de Wayna Daga. Que aun así, consiguió conservar la creencia del Islam en el interior de sus murallas a pesar de estar rodeados de poblaciones cristianas, permaneciendo como foco de rebeldía hasta 1887 en que definitivamente fue sometida por Menelik II, manteniéndose desde entonces la unidad del estado. 
De toda esta época guerrera siguen presentes sus cerca de 3,5 km. de muralla, cercando una superficie de más de un km2. convertida en el infranqueable símbolo de la ciudad. Su acceso estuvo vedado durante muchos siglos a los infieles (los no musulmanes), siendo el explorador y traductor británico Richard Francis Burton, quien simulando ser un mercader turco, en 1885 fue el primer europeo que logró penetrar en la ciudad, permaneciendo en ella durante diez días. Después llegó el poeta y filibustero francés Arthur Rimbaud, quien estuvo viviendo durante diez años en ella, dedicado al lucrativo y nada honorable negocio del tráfico de armas y esclavos. 

Afamada como la localidad de las 99 mezquitas y los 300 morabitos, su verdadero carácter no se encuentra en sus templos, sino en sus estrechas y laberínticas callejuelas, en sus habitantes, en las decenas de desamparadas viudas, tullidos, enfermos y lisiados que esperan la limosna de los fieles en los rededores de las mezquitas, en sus casas enlucidas de colores, en sus callejeras escuelas coránicas donde los niños recitan una y otra vez las enseñanzas del Corán; señas de identidad de una urbe que prosperó como lugar de confluencia entre los mercados de mas allá del Mar Rojo y los del interior de África Oriental.   

Los "harari", su población autóctona que viven dentro de la muralla, llamándose a sí mismos “gey usu” (pueblo de la ciudad), mantienen todavía su propia identidad, distinguiéndose del resto del país en su lengua, en el atuendo de sus mujeres, y hasta en la forma de entender la vida. De mayoría musulmana (75%), en ella se puede evidenciar la viabilidad de la mezcla de culturas y religiones, ya que la convivencia pacífica entre creyentes cristiano-ortodoxos, islámicos y animistas, es palpable. Conviviendo sus mezquitas perfectamente con los templos cristianos, todo un modelo a seguir de respeto y tolerancia. 

Se accede a la histórica cuidad a través de alguna de las originarias cinco puertas (mas tarde se añadieron dos mas), que representando los pilares del Islam, acogen en su interior la mayor concentración de mezquitas en todo el mundo, que perfectamente integrados entre las intrincadas y estrechas callejuelas empedradas de su casco antiguo, con las características y pétreas viviendas de dos pisos que  prodigiosamente aún conservan de forma mayoritaria su estilo desde hace siglos, con sus coloridas fachadas encalas de blanco o en tenues colores, sus patios, sus ventanas y puertas biseladas en filigranas de madera, y sus barandas de madera que apenas soportan ya el paso del tiempo, mostrándonos un conjunto de todo lo que representa la arquitectura árabe. Un juego de luces, sombras y volúmenes, escenario de la intensa vida de sus moradores. 

Acompaña nuestra visita Abdul, quien lo fuera también de Javier Reverte, ese gran conocedor del áfrica y que tan magistralmente la retrata en sus libros. Aunque las guías nos suelen aconsejar comenzar la visita por la plaza de Feres Magala, centro neurálgico de la ciudad desde el que se irradia toda su organización urbana, se debe improvisar, paseando sin rumbo fijo por sus callejuelas observando y fisgoneando entre los patios de sus tradicionales viviendas. Harar se siente orgullosa de mostrar a los viajeros que hasta ella se acercan, sus principales monumentos: El Palacio de Hile Selassie, El palacio del gobernador o Ras Makonnen, y la controvertida casa de Rimbaud o residencia Rambo, pues se desconoce dónde habitó el poeta galo, pero que el Ministerio de Cultura Francés ha recuperado y trasformado en museo.  

Lo más atrayente y sugestivo de esta ciudad es la gran actividad comercial que se realiza en sus calles y mercados, ya sea en el cristiano, el musulmán, el de camellos o el de reciclados. En donde vemos como se agrupan por gremios; por un lado los herreros, por otro los sastres, los carniceros, etc. y donde las mujeres ya sean "oromos", "somalíes" o "ahmaras" exponen sus productos. Pero sobre todo destaca en ella su color: los vistosos tintes en las vestimentas de sus mujeres, las distintas gamas pastel de sus casas y esa luz limpia que todo lo llena y hace que sus matices sean más intensos. Al recorrerla nuestros ojos se llenan de esos vivos tonos acercándonos a un irreal mundo que solo se encuentra plasmado en las obras de delicados pintores, un colorido que nos envuelve en cada uno de sus recónditos rincones y que es la esencia de toda la ciudad. 

Ya solo nos queda acercarnos Dire Dawa, de la que dista tan solo 54 km. La ruta discurre a través de un asombroso panorama sobre la escarpadura del Gran Valle del Rift. El paisaje, que hasta ahora era verde, con tierras donde se cultivan algunos de los mejores granos de café de Etiopia, se va tornando árido y yermo a medida que nos aproximamos a la segunda ciudad de etiopia, preludio de lo que nos deparara nuestra ruta camino del final del periplo a orillas del mar Rojo. Paramos en Aweday, para provisionarnos del imprescindible "chat" que luego nos ayudaría para comprar las voluntades de los funcionarios en ambos lados de la frontera con Djibouti.
Al "Chat", cuyo nombre común es “catha edulis”, se le conoce por multitud de calificativos: khat, quitapenas, o incluso “flor del paraíso”, pues la masticación de las hojas de esta arbustiva planta, que segrega un agrio brebaje, consigue que sus asiduos consumidores se transformen en casi deidades, ya que su ingestión provoca, como toda droga, una inicial euforia, para después sumir al sujeto en la mayor de las miserias. Bienestar, ímpetu, inapetencia, vigor, agudeza, inspiración y otras muchas más, son los efectos del consumo de este estimulante, pero una vez que su efímera sensación ha pasado, vienen las consecuencias negativas y sus secuelas, ya que su consumo continuado crea una poderosa adicción (superior a la de masticar hojas de coca), originando en el organismo humano resultados devastadores: daños mentales, alteraciones cardiovasculares y gastrointestinales, úlceras, insomnio, anorexia y para rematar hasta impotencia sexual. Consiguiendo su uso, arruinar prácticamente a una generación; tal y como ocurrió en nuestro país con la "heroína" durante la década de los 70 y 80 del siglo ya pasado; topándonos por las calles a gran cantidad de gente tirada por la ingestión de este alucinógeno. 

Etiopía, es uno de los principales productores mundiales de "chat", convirtiéndose su obtención en el principal competidor del café, ya que mientras este ha visto reducidas sus exportaciones a la mitad, las de chat se han duplicado. Siendo así mismo su cultivo menos laborioso y exigente, consiguiendo los campesinos con su comercialización, mayores y más rápidos beneficios que a través del café. 

El principal mercado de chat se encuentra de Dire Dawa, de donde cada día salen entre cinco y siete toneladas de esta droga que se distribuye por todo el país, e incluso se exporta a Yemen y Somalia por vía aérea. Pasear por los mercados en donde se consume esta droga, es una actividad que entraña cierto riesgo, aun acompañado de un local, sobre todo si eres tienes la tez clara y encimas vas armado cámara fotográfica.  

Dire Dawa es una reciente y moderna urbe, fundada en 1902 como importante parada intermedia del mítico tren Addis Abeba- Djibouti, habiéndose generado por ello un rápido y pujante desarrollo, convirtiéndola en un potente centro de distribución comercial del país. Dividida por el cauce de su seco rio, que delimitando la parte antigua o Megala y la nueva Kezira, podemos encontrar en ella el palacio de Haile Selassie, o el tradicional y multiétnico mercado de Kefira, que situado en su viejo barrio musulmán, provee a todos los pueblos de la región; siendo el centro más importante de toda Etiopia para el mercadeo “tolerado” del contrabando procedente del vecino Djibouti. Pero quizás lo más interesante de esta ciudad sea su estación ferroviaria, en la cual disfrutamos de unas de las fiestas más importantes que se celebran en todo el país.  

Durante el mes de Meskerem (primer mes del año etíope, del 11 septiembre al 10 de octubre, pues aquí se sigue utilizando el calendario "Juliano"), tiempo en que termina la época de lluvias y los campos se tornan de un verde astur, gran parte del país se tiñe de unas flores amarillas (Bidens Macroptera) que son llamadas "Meskel" por los locales; muy parecidas a nuestras margaritas amarillas. Celebrándose cada 27 de septiembre (dieciséis días después del año) la gran fiesta del Meskel o Fiesta de la Cruz, en conmemoración del hallazgo en el año 326 de la verdadera cruz de Cristo por parte de Santa Elena, madre del emperador Constantino, el que como en otros artículos de este blog he reflejado (Noia y Compostela), remodelo el credo cristiano, creando lo más parecido a CRISTO. S.A. Parece ser, que estando en Jerusalén buscando reliquias de Jesús de Nazaret, la santa bizantina prendió una hoguera, rogando a Dios que le mostrara el camino para encontrar la cruz verdadera; señalándole el humo la dirección correcta donde hallarla.  

Es por ello, que al atardecer de la víspera de ese día, en cada población etíope se enciende una "demera" (conjunto de estacas de madera, apiladas y rematadas por una cruz).Durante esta fiesta cristiano-ortodoxa se entonan cánticos y plegarias, así como bailes en la que participan cientos de asistentes, situados alrededor de la enorme pira. Es una fiesta tan significativa, que gran cantidad de individuos, ya sean hombres, mujeres, niños, acuden con sus atadillos de ramas a depositarlas en el gran montón. Formándose un gran corro a su alrededor, en el que en su interior se sitúan; por un lado los clérigos que presiden la ceremonia perfectamente ataviados para la ocasión, portando sus curiosas y originales cruces; y por otro los llamados “dabtara”, grupos de diáconos y monjas que acompañados con el ritmo de grandes tambores, ejecutan cánticos en honor de San Yared, acompasados con lentos movimientos y ondulantes. 

Durante el transcurso de esta original y sorprendente ceremonia, podremos movernos libremente dentro del círculo humano, siendo invitado por los lugareños a participar activamente hasta el punto de salir en las pantallas televisivas, que al efecto estaban instaladas, para que la muchedumbre congregada pudiera visionar con cierta inmediatez la gran fiesta en todo su conjunto. En el ocaso del día, cuando la autoridad religiosa prende la demera, la gente, entre toques de tambor, canticos y alabanzas, comienza a dar vueltas alrededor de la misma como enloquecidos por momentos. A medida que la hoguera se consume, llega el momento en que la cruz que la remata cae al suelo, pendiendo de como lo haga, se auguran los acontecimientos que acaecerán durante el año recién comenzado. 
 

Con la gran fiesta del Meskel, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco a finales del año pasado, nos despedimos de Etiopia. Un pueblo de contrastes y etnias, de ancestrales cultos, colorido y vital, sorprendente y diferente al resto de áfrica, fiel a sus tradiciones, orgulloso de su historia y expectante ante su futuro………. un curioso país que se debe visitar.

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