martes, 24 de marzo de 2015

- En busca del reino del Preste Juan y la Reina de Saba - Addis Abeba - Lalibela - Axum (la Etiopia cristiana)

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Uno de los más atrayentes mitos de la Baja Edad Media europea fue la existencia de un próspero reino africano, que regido por un sabio clérigo, era un verdadero paraíso terrestre colmado de prodigiosas maravillas y riquezas. Durante los siglos XII y XVI se extendió a través de cantidad de relatos, la idea de que había en el continente negro un feudo cristiano cuyo soberano era el legendario y mítico Preste Juan, mitad sacerdote, mitad gobernante. Un territorio perdido donde antiguos seguidores de Cristo, se mantenían aislados entre territorios dominados por sarracenos y paganos.

Según algunas crónicas medievales, este "preste" (apócope de presbítero), gobernante generoso así como personaje virtuoso, descendía directamente de uno de los tres Reyes Magos, que nombrados en los Evangelio como "Magos de Oriente" procedían de este reino, donde se situaba el Patriarcado de Santo Tomás y también se encontraría el Santo Grial. Un territorio lleno de riquezas y extraordinarios tesoros, como un espejo a través del cual se conseguía observar toda la dimensión del país; y donde los feudos de cada príncipe eran censados y sus deberes fijados. Enigmático lugar, sobre cuya insólita leyenda emergió la "literatura especular" nacida en la Baja Edad Media y el renacimiento.

El legendario reino del Preste Juan fue objeto de una exhaustiva búsqueda, exaltando el delirio de cantidad de exploradores y aventureros de la época, sin que ninguno de ellos pudiera llegar a esas desconocidas tierras. En aquellos tiempos esta prodigiosa fabula representaba el emblema de la universalidad del cristianismo, al poder prácticamente abarcar todo el orbe, en contraposición con resto de las creencias extendidas por todos los continentes conocidos hasta el momento. La leyenda de este prelado influyó de tal manera en los viajes de exploración de aquella época, hasta el punto de que en afamado mapa de Juan de la Cosa de 1.500, aparecen el Preste Juan y los tres Magos de Oriente. Otras leyendas y mitos, señalan al Preste Juan como Juan el Apóstol, apoyándose en el capítulo 21 del Evangelio de Juan, en donde se revela que Juan el Apóstol nunca murió, siguiendo vivo en la Edad Media. Aunque lo más probable es que hubiera sido uno de esos reyes soberanos que nos revelan las antiguas escrituras etíopes. 

La primera vez que se alude a este personaje es en la crónica del obispo teutón Otto de Freising, en la creencia inicial de que este reino se encontraba en la India. Corría por entonces la opinión de que los cristianos nestorianos habían tenido éxito en evangelizar esas tierras, estando regidos por un sacerdote-rey llamado Juan. Probablemente los viajes de Tomás el Apóstol, documentados en obras como los Hechos de Tomás, sirvieron de germen para la leyenda. Tras la llegada de los mongoles al mundo occidental, se situó a este rey en Asia Central. Finalmente, exploradores portugueses se convencieron de que lo habían encontrado en Etiopía. El emperador de Bizancio y el papa habían recibido varios mensajes de esta figura misteriosa, en los que él mismo describía la grandeza y la riqueza de sus feudos.

Durante varios siglos, la búsqueda más allá de las arenas del Sahara de este desconocido feudo, fue un ansiado deseo tan onírico como mas tarde sería la exploración de "El Dorado" americano. Nuestros vecinos lusos lo buscaron con insistencia, en el anhelo de conseguir una alianza política para salvaguardar sus colonias orientales de ultramar: Socotora y Ormuz en Arabia, o Diu y Goa en la costa india, azotadas por el asedio de los naves turcas. Fue el portugués Bartolomé Díaz quien en 1488, al cruzar por primera vez el Cabo de las Tormentas (cabo de Buena Esperanza, límite meridional de la Sudáfrica de hoy), gestando la nueva ruta hacia las Indias Orientales, y al explorar la desconocida costa este del continente africano, se encontró con lo que durante tanto tiempo se había estado buscando, el territorio de un rey cristiano rodeado por feudos musulmanes, el antiguo imperio de Axum, en Etiopia. Nuevas expediciones se acercaron hasta allí y de su contacto con esta civilización, pensaron que habían encontrado el mítico reino, considerando al "Negus" (Rey de Reyes etíope) como el afamado Preste Juan. Pero de Covilham, llegó a la corte etíope sobre 1490, creando las bases de una alianza entre los dos países, cosa que los turcos y musulmanes no aceptaron con buen agrado, dedicándose durante años a asediar y asaltar a estos cristianos de piel negra, arrasando el país, y destruyendo sus iglesias. Es en ese periodo de alianza luso-etíope cuando comienzan a generarse las misiones jesuitas, con la llegada a estas tierras del ahora acreditado Padre Páez.

Pero la riqueza legendaria de Etiopía es anterior a esta leyenda medieval del Preste Juan. Muchos siglos antes, en el 3.000 a.C. los faraones egipcios ya extrajeron mirra de estos territorios, que también fueron conocido por los antiguos griegos: Homero, a través de la Ilíada nos comenta: "Poseidón había estado visitando a sus intachables amigos los etíopes". Hasta el punto de atribuirles a los helenos el nombre Etiopía "la tierra de las personas con rostros quemados", aunque los etíopes en su afán de ensalzar los textos bíblicos lo derivan de "etíope", bisnieto de Noé. El reino de Axum fue considerado y descrito por el escritor y profeta "maniqueísta" persa del siglo III, como uno de los cuatro grandes reinos del mundo, junto con los persas, chinos y romanos. Feudo que comerciaba con Arabia Egipto, India, Persia, y Ceilán, y en el que se emitía su propia moneda, formado por una sociedad cultivada con idioma y escritura propia, basada en el alfabeto Sabateo del sur Arábigo con fuertes influencias hebraicas.

La Iglesia Copta de Etiopía
Aun desconociéndose el origen del cristianismo en Etiopia, sí existen datos de que el Reino de Axum lo adoptó oficialmente como religión en el siglo IV bajo el gobierno del rey Ezana, convirtiéndose en el primer país del mundo junto a Armenia en hacerlo; acontecimiento registrado en fuentes numismáticas, pues en las monedas encontradas en Axum, las más antiguas acuñadas en el África subsahariana, se ha podido comprobar el período de este cambio, ya que las acuñaciones anteriores llevan símbolos paganos, mientras que las posteriores muestran el retrato del monarca en el anverso y la cruz en el reverso (de ahí el nombre que le damos ahora "cara y cruz"). Destaca durante este periodo la figura de San Frumencio, que fue obispo de Axum, y donde al morir en el año 383, se le enterró en una cueva de la población. Durante el siguiente siglo
llegaron hasta estas tierras los "Nueve Santos", monjes monofisitas que procedentes de Egipto, Siria y Bizancio, huían de las persecuciones bizantinas que prosiguieron al Concilio de Calcedonia (hoy la ciudad de Kadıköy, muy cerca la parte asiática de Estambul). Santos que crearon numerosos monasterios, traduciendo al "ge'ez" (antiguo idioma etíope) la Biblia Septuaginta o Biblia Griega, habiendo desempeñado un papel fundamental en la historia de la Iglesia etíope.

De todos los credos independientes del cristianismo oriental que no acatan la autoridad católica de Roma ni la ortodoxa de Constantinopla, la que cuenta con un mayor número de seguidores es la Iglesia Etíope, unos 45 millones de creyentes, un 60% de la población. Siendo la más cercana al judaísmo, del que mantiene varias tradiciones y ritos. Este es el extraordinario y sui géneris contexto, en el que nos vamos a relacionar durante gran parte de nuestro viaje por este enorme, intenso y variado país. 

Addis Abeba
Hasta este mítico lugar es donde conducimos nuestros pasos, recibiéndonos su capital Addis Abeba en gris,
un día plomizo y triste, nada que invitase a alentar nuestro ánimo; era nuestro primer contacto con Etiopia y el comienzo no podía ser más taciturno. La ciudad, fundada a finales del siglo XIX por rey Menelik II, no resulta de lo más impresionante, sobre todo si lo comparamos con lo que nos encontraremos a lo largo de nuestro recorrido por este extenso y diverso país, colmado de impresionantes contrastes. Su nombre significa en amaríña “flor nueva” debido a que sus fundadores encontraron una flor que nunca habían contemplado. Una capital en pleno crecimiento, como las del resto de áfrica, en la que podemos contemplar, como entre interminables barrios de chabolas se levantan enormes y modernos edificios sin una clara planificación.


Lo primero en lánguida la mañana fue ascender a las montañas de Entoto (a las afueras), lugar donde Taitu, la mujer del emperador, decidió construir la nueva capital etíope, y desde donde se domina una vista de toda la urbe. Vueltos a la vorágine urbana, visitar a "Lucy" en el Museo Arqueológico Nacional es imprescindible; ni más ni menos que se trata de nuestra abuela más anciana, uno de los esqueletos de homínido más antiguos de los encontrados hasta ahora (3.5 millones de años), de la que se custodian en sus instalaciones 88 fragmentos fósiles pertenecientes a su osamenta. Muestra de los primeros antepasados del ser humano, pues cada vez se está confirmando con más fuerza que de por aquí evoluciono y se expandió por el mundo nuestra raza, espeluznados deberían estar esos pálidos xenófobos, al saber que su más antiguo antepasado tenia la piel más negra que el carbón. Su curioso nombre le viene dado por que el equipo de antropólogos que la rescató de entre las entrañas de la tierra, la víspera estuvo escuchando la afamada canción de The Beatles "Lucy In the Sky With Diamonds", que el grupo de Liverpool, dedico al estimulante de moda por aquel entonces, la "LSD". 
Pasear por las calles próximas a lo que podría ser su zona central "Piazza", entre mercados, callejuelas y grandes avenidas como la dedicada Churchill , es el preámbulo de la sinergia en las gentes que nos encontraremos por casi todo el resto del país, una mescolanza de idiomas, credos y conceptos de vida, con la única invariabilidad del color de su piel. Aquí es donde se centraliza la vida administrativa, económica, cultural y universitaria de todo el territorio de la antigua abisinia, y donde nos toparemos con edificios tan diferentes y singulares como: Bete Georgis o Catedral Copta de San Jorge, frente a la plaza de Menelik II; el colonial Itegue Taitu, hotel de principios del siglo XX, el primero que existió en Addis Abeba y por lo tanto de todo el país; el Tomoca Coffee, donde saborear la bebida que Pedro Páez degusto como primer occidental, pena que no hagan carajillos; la Catedral Medhane Alem, que aunque un poco alejada merece su visita; los nuevos edificios en construcción con sus arcaicos, endebles y originales andamios. Pero sobre todo hay que visitar su gran mercado "Merkato", lleno de actividad y vida, en el que se vende y compra de todo, incluso el placer, como pudimos comprobar en las calles dedicadas al lenocinio. Es aquí, en este conglomerado de calles (pues no es un mercado cerrado) donde cada día se venden toneladas de "chat", la planta estimulante de la población del Cuerno de África, parecida a la coca pero más adictiva, por eso hay que ir con mucho cuidado y si es posible con alguien contratando que nos pueda escoltar, ya que el ambiente es un poco tenso y más cuando sus curiosos son "faranji" (termino como se denomina a los extranjeros), como nosotros. También en la zona de Merkato podemos visitar la impresionante Mezquita Anwar la más grande del país, y frente a ella la Iglesia Ortodoxa de San Rafael dedicada al arcángel San Rafael. 
 
Lalibela
Desde Addis volamos a Lalibela, con el verdor de su paisaje como nuestro perenne compañero. Durante el recorrido nos detenemos en una aldea en la que prácticamente toda la población participaba en un funeral, en ella caminamos hasta llegar al monasterio de Nakuta Laab, donde tuvimos nuestro primer encuentro con esa forma de entender el cristianismo por estas latitudes. El templo está situado en un paraje extraordinario, dentro de una cueva natural en mitad de un acantilado, donde al parecer se refugió el emperador Nakuta (del que recoge su nombre), sucesor del gran rey Lalibela, huyendo de la capital al ser depuesto. Un lugar que invita al misterio, pues en su interior se hallan una especie de piletas naturales donde se recoge el agua, que según la leyenda se filtra desde el monasterio de Asheton Maryam, situado a unos dos kilómetros, pero 600 mts. más alto.
Aguas "benditas" que los fieles utilizan por sus propiedades curativas y su poder de expulsar los malos espíritus. Al parecer también existe un túnel (del que muestran su entrada) que comunica con el monasterio vecino, cavidad vedada a los seres humanos, ya que morirían en el intento, pero por la que ascendería el incienso, perfumando el otro templo, agua y fuego, elementos que se repiten no solo en esta creencia, si no en cantidad de santuarios de otras religiones repartidas por este crédulo planeta que habitamos. Habitado por un pope y una monja, alberga, sin la menor protección, interesantes tesoros sacros, que sonriente y cordialmente nos muestra el clericó: cruces, coronas, unos libros delicadamente ilustrados y al parecer un tambor de oro y plata, que a nosotros no nos fue expuesto. 

Ante la decadencia de reino de Axum, debida a las incursiones árabes y el avance del islam, a principios del siglo XII se traslada la capital desde Axum a Roha. En un recóndito y apartado lugar entre las montañas de la región de Lasta, a más de 2.600 m. de altitud, y situado a los pies del monte Abuna Joseph. Fue a finales de ese siglo, durante el gobierno del rey Gebra Maskal Lalibela, y tomando el nombre de este monarca "Lalibela" (que en amárico quiere decir: aquel cuya soberanía es reconocida por las abejas), es cuando erigió la "Jerusalén Negra": las iglesias excavadas en la roca, inspiradas en mítico templo de hebraico. 

Lalibela es una población de unos 15.000 habitantes situada en el altiplano etíope a casi 3.000 m. de altura, colmada de vida y llena de risueños jóvenes como en el resto del país. Su afirmación religiosa nos remonta a la Jerusalén hebrea, de donde se han reproducido sus más significativos lugares: el Monte Tabor, la iglesia del Gólgota, la Tumba de Adán, el huerto de Getsemaní, la colina del Calvario, el Río Yordanos en representación de Jordán, que separa los dos grupos de templos. Las doce iglesias de Lalibela componen alegóricamente los pasos de una peregrinación a Jerusalén, un vía-crucis que transporta al creyente de la casa de Belén a la escalinata de Pilatos. Lugar denominado por los sus piadosos nativos como 'Tierra Santa', y donde se llegaron a plantar en una de sus colinas siete oleáceos traídos desde Jerusalén, del mismísimo Monte de los Olivos. 

Maravilla del mundo abandonada a su surte, prácticamente tal cual fueron talladas durante el siglo XII, ajadas, oscuras, tétricas, con plásticos por los techos para intentar frenar la humedad, solo los horribles fluorescentes que mal las iluminan y las horrorosas cubiertas protectoras instaladas por la UNESCO, nos retrotraen a la actualidad del siglo XXI, así con sus ávidas pulgas, que cual animales salvajes atacan a cualquier foráneo que descalzo se acerque hasta ellas. Pero aun así, tiene magia, un enorme y extraordinario encantamiento, haciéndonos participes de un espectáculo único, como si el tiempo se hubiera parado y nosotros formáramos parte de un espectáculo futurista, con nuestros coloridos ropajes, contrapuestos con la blancura de las túnicas de sus diáconos. Personajes que integrando parte de este arcano espectáculo, nos enseñan, en uno y otro de sus templos, las joyas que en ellos tienen custodiadas, ya sean cruces o libros sagrados.  

Cinceladas en la en la rosada roca arenisca, con esfuerzo sobrehumano durante tan solo 24 años, mimetizadas en el paisaje que las rodea, es como si se hubieran construido con la intención de no ser descubiertas. La tradición dice que se edificaron con la ayuda de los ángeles, aunque otras fuentes apuntan a los Templarios como impulsores de esta magna e irrepetible obra, al haberse trasladado hasta aquí en busca del Arca de la Alianza, después de la toma de Jerusalén por Saladino. Restos de estos monjes-guerreros podemos encontrar entre las tinieblas de los templos: Bete Medhane Alem, Bete Marian y Bete Giorgis, iconos y antiguas pinturas que nos trasportan a la Edad Media y al Temple. En donde puede distinguirse la roja cruz paté de los templarios franceses del siglo XII, de las que ya nos trasladó en sus escritos el capellán portugués Francisco Alvares en el año 1520, cuando visitó esta ciudad en busca del Preste Juan. Siendo este mismo misionero, quien quedando tan impactado por este portento arquitectónico, las llegó a comparar con la catedral de Santiago de Compostela: "está a maneira que a de Santiago de Galiza". Si estas construcciones estuvieran situadas en cualquier país de lo que llamamos occidente civilizado, serian una de las grandes maravillas del mundo. 

Declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1978, estas iglesias no son fósiles arqueológicos sino instituciones vivas, donde 800 años después de su fundación todavía se practica una ancestral liturgia. Maravillosamente rancias y vetustas, están conectadas por sinuosos desfiladeros y oscuros pasadizos, equipados de un sistema de canalización para el desagüe de sus aguas. Murallas, fosos, trincheras y angostos callejones tallados por doquier dedicados a las procesiones rituales, todos están escavados en la roca viva, y cubiertos de un musgoso e intenso verde. Esculpidas en una sola pieza, sin ladrillos, argamasa, ni madera. "Construidas por Dios", como nos trasmiten cada uno los singulares párrocos que en ellas moran. Los dos grupos que las forman, están labrados en distantes colinas pétreas, separadas por un profundo barranco atravesado por una reseca torrentera. El conjunto a un lado del Jordán representa la Jerusalén terrenal, mientras que el del otro simboliza la Jerusalén celestial, la ciudad de oro y joyas que resplandece en el cielo "como jaspe cristalino" que nos traslada el Apocalipsis (21: 11).

Sin apenas visitantes que nos molestaran en nuestro recorrido por ellas. Descalzos las visitamos, mientras un "auxiliar" contratado nos traslada las zapatillas de una a otra iglesia, en un itinerario continuo. Ninguna es similar a otra y entre todas forman un insólito y extraordinario catálogo de estilos, formando parte del sortilegio de este país. Cruzamos por debajo de ventanas esculpidas con originales celosías, campanarios en solidas hornacinas, puertas y contrapuertas, un verdadero laberinto dedaliano. En sus sombríos y sencillos interiores, entre sacras pinturas y pétreas columnas de una vigorosa simpleza, se realizan llamativos cultos oficiados en "ge'ez", idioma de la litúrgica copta etíope, un lenguaje incomprensible inclusive para los devotos feligreses, que ataviados con turbantes y túnicas de algodón blanco, siguen yendo a su singular y mística misa cada día, sin que la presencia de los turistas y sus descalzos pasos los molesten.
 

No voy a pormenorizar en los detalles y peculiaridades de cada una de ellas, pues hay bastante información sobre ello en cantidad de guías y publicaciones, solo recalcar que de entre ellas destaca Bet Giorgis (casa de San Jorge). Verdadera "joya", que afortunadamente no ha sido techada por los parapetos del organismo cultural de la O.N.U. Algo más alejada de las demás, como hundida en la roca, perfectamente tallada en forma de perfecta cruz, es la que mas fascina de todo el conjunto. Sus contrastados tonos pastel, rosado por el color de la roca y amarrillo por los restos de la patina musgosa que el tiempo ha depositado sobre sus paredes. Con sus tres plantas, y su perfecta elaboración (como si se hubiera cortado en la roca con una sierra de calar), es la imagen más representada y representativa de todo Lalibela.

Este video, de apenas dos minutos, os hará recorrer los intrincados recovecos que estos clericales complejos, llenos de encanto, magia y misticismo. Pincha en el play y prepárate a viajar por ellos y sus sinuosos callejones tallados en la pura piedra.



El "Mountain View Hotel" y el restaurante "Ben Abeba", a las afueras de la población y con unas magnificas vistas, situados ambos en la misma escarpadura, 500 m. por encima del valle, son más que recomendables para cualquiera que se acerque hasta allí.
El monasterio en la montaña de Abuna Yoseph
Vigilando toda la comarca de Lalibela, a más de 3.000 m. de altura, y en los acantilados cimeros del monte Abuna Yoseph (Obispo José), se agazapa entre las rocas el remoto monasterio de Asheton Maryam. Para llegar desde la ciudad hasta su estratégica ubicación, verdadero nido de águilas, recorremos unos 6 km.
a través de un encaramado sedero, que rondando los 3.000 m. de altura y por empinada cuesta, entre la niebla, atraviesa pequeñas aldeas y sus campos de labor, con pequeños manantiales, que los nativos aseguran ser de agua bendita entre. Tras de casi tres horas monte arriba, donde la falta de oxigeno se hace notar, se llega hasta una oquedad natural en medio de la roca, y nada mas atravesarla se encuentra el templo entres los farallones de ambas vertientes. 

El complejo monacal, es un humilde eremitorio habitado por apenas un par de monjes, atribuyéndosele su construcción a Nakuta Laab, sobrino del rey Lalibela, el mismo del monasterio que vimos al llegar a Lalibela, y que al parecer están conectados por un túnel natural; en este caso su aromático aroma a incienso procedería de su vecino, situado a unos dos kilómetros de distancia, pero 600 m. más abajo. Su iglesia asemeja a algunas de las que hemos visto en Lalibela, siendo su interior muy austero, con el suelo cubierto de deshilachadas alfombras. En él nos repiten el grato estribillo de enseñarnos sus sacras reliquias: cruces de plata, coronas y viejos manuscritos, que el ermitaño custodia como verdaderas joyas. Desde su altura se divisa un majestuoso paisaje de las montañas de Lasta, que nos hace recuperar el aliento perdido durante la subida y preparar nuestro descenso. 

Desde Lalibela nos trasladamos, también por aire hasta Axum, la supuesta capital de la Reina de Saba. La historia de esta reina, que gobernó durante los siglos XI y X a. C, es uno de esos casos en los que la tradición, la realidad y la leyenda se difuminan y se funden. Pese a ser narrada por numerosos de los antiguos escritos, la identidad de esta soberana sigue siendo una incógnita.

Libros sagrados, como el Corán, el Kebra Nagast etíope, o la Biblia judía ("Libro de los Reyes" y "Crónicas"),
también escritos asirios y persas afirman de su existencia. Estos textos nos trasladan referencias de una reina que gobernaba con acierto y destreza el reino de Saba, Sheba o Sabah. Detallan que vivía "en abundancia, y con un trono magnífico" (Corán, 27), comentando su tez morena, hermosura y personalidad, pero sin apuntarnos su nombre (la tradición etíope la llama Makeda, y Bilqis o Balkis la árabe). Los textos hebreos cuentan cómo esta reina conoció el esplendor del rey Salomón y sus dominios, decidiendo agasajarle en persona, llevando con ella grandes regalos: especias, piedras preciosas, marfil y oro. 

La leyenda de la Reina de Saba
Un comerciante Etíope llegado de Jerusalén, le relato a la reina Makeda la sabiduría y la gloria de un rey hebreo. Esta quiso conocerle personalmente y le envió una carta con el mercader. A su retorno, volvió con una misiva para la reina de puño y letra del propio monarca Salomón, el cual le invitaba a visitar su corte. 

La soberana de Saba atravesando el mar Rojo, llego a Jerusalén acompañada de 700 animales, con grandes cargas de aromas, extraordinarios regalos, piedras preciosas y cientos de kilos de oro, acomodando el rey unos aposentos para la ella. Estando la invitada residiendo siete meses en su corte, siendo agasajada la última noche antes de su partida a su país, por una lujosa y sugerente cena que el rey Salomón mando preparar para ella como despedida. 

Una vez terminado el ágape, el rey, haciendo gala de sus artes de seducción, por las que era tan conocido (este distinguido caballero tuvo más de 700 mujeres y concubinas), le propuso pasar la noche en sus aposentos privados, prometiéndole que no la tentaría si ella se abstenía de tomar alguna de sus pertenencias, la reina había rechazado amancebarse con Salomón, alegando que en su país una reina siempre debía mantenerse virgen hasta el matrimonio. 

El rey mandó a sus criados acondicionar un lecho contiguo al suyo, ordenando colocar una copa de agua cerca de su cama. Durante la noche la reina despertó sedienta, saliendo en busca de agua, encontrando solo la del rey había dispuesto, tomando la copa y disponiéndose a beber, al verla el rey tomándola por la mano le dijo: "El agua es el más preciado de los bienes".  Con ello la soberana sabatea había roto su promesa de no tocar ninguno de los acervos de Salomón, teniendo que satisfacer los deseos del gran monarca.

Al partir la reina, Salomón le entregó dos anillos uno de plata por si acaso daba luz a una niña y otro de oro por si era niño, pasado el tiempo la reina dio a luz un hijo varón, al que puso como nombre Ibn-El-Hakim "Hijo del Sabio", aunque gobernando posterior bajo el nombre de "Menelik". Según la Biblia hebrea, la soberana de Saba quedó tan impresionada en su viaje que acabó convirtiéndose al judaísmo, estableciendo esa religión en su reino a su regreso.



A la edad de 21 años el joven Menelik quiso conocer a su progenitor, partiendo hacia Jerusalén con un mercader y con el anillo de oro. Durante su estancia, en la corte de Salomón fue educado en las creencias judaicas y cuando terminó sus estudios, retornó donde con madre, entregándole el rey el Arca de la Alianza para que le salvaguardase en su viaje de vuelta .Una vez en su tierra la reina de Saba le proclamo rey con el título de Menelik I.  

Siendo este monarca, el primero en el linaje de la extraordinariamente larga dinastía de los 225 reyes que dominaron Etiopía durante su historia, culminado con el notorio Haile Selassie derrocado en 1974. 

Las pocas pruebas arqueológicas existentes, hacen hoy en día muy complicado saber la verídica historia de la reina de Saba. Aunque si está demostrado la existencia de un reino a orillas del Mar Rojo, en los territorios de lo que sería el actual Yemen y muy posiblemente las zonas costeras del cuerno de áfrica, Eritrea y Djibouti; contemporáneo con el Israelita en su máximo esplendor bajo el reinado de Salomón. No han sido muy significativos los hallazgos en Etiopía sobre esta monarca, aunque la presencia de lenguas de origen semítico localizadas en las zonas costeras de Somalia, Etiopía y Egipto, nos hace recapacitar sobre la existencia de esta cultura en estos territorios. Hasta el propio Pedro Páez nos traslada en su "Historia General de Etiopia" la leyenda de la fundación y de los orígenes del Imperio Etíope, tal y como aparecen en sus antiquísimas crónicas: "Si es cierto que esta (Axum) es la ciudad de la reina de Saba, es posible que su reino no sólo abarcara Etiopía, sino también Arabia". Pero verídica o no la leyenda de la Reina de Saba, se sitúa en Axum y para ello nos hemos acercado hasta allí.
 
Axum
Axum (o Aksum) es la capital de lo que fuera en otro tiempo el gran imperio del áfrica oriental, cuyo poderío alcanzaba a ambos lados del Mar Rojo, las actuales Etiopía, Eritrea y Yemen. También la ciudad más antigua, aristócrata y santa de la iglesia etíope, pues en ella supuestamente está custodiada el Arca de la Alianza, con las tablas de la ley que le fueron dictadas a Moises, objeto de máxima sacralidad en el culto etíope; estando sus habitantes dotados de una aureola, en la seguridad de ser los escogidos, en el país elegido por Dios.  

Fundada por Aksumai, hijo de Etiópico y bisnieto de Noé, el Reino de Axum fue un pujante reino comercial del noreste africano entre los siglos I y VIII, participando activamente en los intercambios mercantiles con India, Persia e incluso China, así como con el mundo mediterráneo, sirviendo de encrucijada entre el Imperio Romano y subcontinente indio. Su poder comienza a decaer en el siglo VII cuando empieza a extenderse el Islam por la zona, acrecentándose durante el siglo X con la conquista del país por la reina judía Judith, que destruyendo multitud de iglesias y dando muerte al monarca, arraso el país. Siendo el primer documento escrito que deja testimonio de su existencia en el pasado, el “Periplo del Mar Eritreo”, un manual de navegación marítima escrito por un anónimo griego en el siglo I, donde aparece su puerto y su soberano.

Ubicadas cerca de la frontera septentrional de Etiopía, a tan solo 40 km. de Eritrea con quien mantiene frecuentas escarceos amados, los vestigios de la antigua capital axumita, la señalan como centro del poder etíope en la antigüedad, cuando su reino era el más poderoso de los estados situados entre el Imperio Romano de Oriente y Persia. Siendo además el primer estado del África subsahariana en acuñar moneda, gracias a las cuales se han podido conocer los nombre de algunos de sus antiguos monarcas. Las colosales ruinas, de esta "perdida civilización", datan principalmente de entre los siglos I al IV, comprendiendo: grandes estelas u obeliscos monolíticos, que en número cercano a los 300 se encuentran por toda la ciudad; poderosas sepulturas reales y restos de antiguos castillos, siendo su recinto arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980, del que se calcula que solamente está visible un 8% de lo que hay entre sus escombros. 

Lo primero que se visita al llegar a Axum es el Parque de los Obeliscos; enormes monolitos construidos en piedra, de una sola pieza a semejanza de los egipcios, cuyo significado era acercar a las almas hacia el divino cielo. De entre el total de 75 estelas y monolitos que este recinto alberga en un área que no llega a los 1.500 m2. destaca el enorme obelisco granítico de 23 m. de altura, levantado por al rey Ezana. Cercano a este, hay otro caído y partido de 33 m. y 500 toneladas, aunque se duda de si alguna vez estuvo en pie, y el conocido como Obelisco de Aksum, Obelisco Romano u Obelisco robado, ya que fue usurpado por el faccioso dictador Mussolini e instalado en Roma, recolocado definitivamente en su sitio después de ser recuperado en 2005; mide 23 m. y tiene un peso de 160 toneladas, datándose su antigüedad de más de 1.700 años. 

Otros puntos interesantes de esta población son: el palacio del rey Kaleb y sus fantásticas tumbas, las tumbas de la puerta falsa, el parque del rey Ezana, y la iglesia de Santa María de Sión, donde se custodia la supuesta Arca de la Alianza, que una vez al año los etíopes sacan en procesión. Sobre ella, el guardián de los objetos sagrados "Aba Mokonem", suele comentar, que "el Arca de la Alianza es intangible, que existe pero que no se puede percibir, al igual que no podemos ver nuestros corazones". Esparcidas entre las ruinas de la ciudad se pueden encontrar estelas monolíticas cubiertas de inscripciones trilingües (en griego, ge´ez y sabeo). A la afueras de la población, en un aislado y discreto techado, se halla lo que a mí más me impresiono de toda la visita, la "Piedra Ezana", verdadera piedra de Rosetta, que tallada en los tres idiomas, ha permitido conocer parte de la historia de Etiopía en los primeros momentos de su cristianización. 

También alrededores de la llamada "Cuna de la Civilización", se encuentran unos notables restos que los etíopes se empeñan en emplazar como uno de los palacios de la reina de Saba y su hijo Menelik I. En estas ruinas, que han sido encontradas no hace mucho por un equipo de arqueólogos alemanes y restauradas recientemente, se puede distinguir perfectamente el salón del trono desde donde la soberana impartía justicia a su pueblo. 

Aun con todo, Axum me resultó un tanto decepcionante, tal vez esperaba más de la que reclaman como mítica capital de la soberana sabatea, supuesta heredera del legendario reino de Saba. Una potente tormenta en la tarde, fenomenal aguacero que nos hizo coger un taxi para refugiarnos en el hotel, y una fiesta en la noche, víspera del año nuevo etíope, con música y algarabía callejera, que se traslado hasta las puertas del hotel donde nos alojábamos, para agasajarnos al vernos en su terraza tomando unas cervezas "St. George"; fueron los últimos recuerdos y la despidida de esta mítica ciudad. La imagen de la Reina de Saba en el palacio de gran Salomón pintado por Piero della Francesca, que podemos ver en la "toscana" población de Arezzo, es lo que queda de ese mito……….. pero la imaginación puede trasladarnos hasta aquellos tiempos y hacernos constatar en nuestra fantasía, si la leyenda de esta imaginaria reina fue real u onírica.

 

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