domingo, 27 de noviembre de 2016

- Salar de Uyuni y barrancos de Tupiza (Bolivia)

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Suena la alarma del despertador a las dos de la mañana en el modesto hostal Kory Wasy de Uyuni, debemos coger un tren a las 3,05 de la "madrugada" para desplazarnos a Tupiza al sur de Bolivia, a solo unas decenas de kilómetros del la frontera argentina. Aunque la estación del sugerente ferrocarril no está retirada de nuestro alojamiento, el recorrer las vacías y silenciosas calles en noche cerrada nos genera una sensación de vacío y congoja. La sala de espera esta casi repleta, las sillas ocupadas por algunos rubios turistas que buscan encontrar nuevos paisajes en las tierras del mediodía boliviano, el suelo por los nativos de tez morena y vistosos ropajes que entre mantas han pasado allí la noche para no tener que pagar un alojamiento por tan pocas horas. Pero para llegar hasta aquí, hemos tenido que recorrer en vehículos apropiados (4x4) las polvorientas pistas de arena y piedra que durante tres jornadas recorren los impresionantes, áridos y coloridos paisajes que se sitúan en el meridión boliviano.

Amplios horizontes inalcanzables, desolación, vacío y luz serán nuestros compañeros durante esta travesía. Aun así, no todo es sequedad, el recorrido está salpicado por una cadena de insinuantes, salobres y coloridas lagunas que rompen esa imagen de soledad perenne. A cual más sugerente, nos topamos nada más cruzar la linde de Chile con Bolivia por el Portezuelo de Hito cajón con la que llaman "Blanca", que separada por unas pocas decenas de metros de la Laguna Verde" y que en realidad conforma esa tonalidad, están arropadas y vigiladas a poniente por las siluetas de los volcanes Juriques, Sairecabur y Licancabur, todos próximos a los 6.000 m. de altura.

Cruzamos por el surrealista Valle de las Damas del Desierto también conocido como Desierto de Dalí, amplia y desolada extensión creada por la erosión del viento durante millones de años. Visión solo interrumpida por las coloridas montañas que se sitúan lejanas en los horizontes, así como los paisajes y formaciones rocosas que se divisan a nuestra derecha, similares a los que el pintor figuerense trasladara a sus lienzos (Trilogía del desierto: "Espejismo", "Oasis", "Los amantes invisibles", o las "Bestias salvajes en el desierto"). Pena el no poder acercarnos hasta su inmediatez, pues lo han prohibido por los destrozos realizados por los descerebrados de siempre. 



En la orilla occidental de la laguna y salar de Chalviri a 4.400 m. de altitud, nos encontramos con las termas de Polques, donde el frio ambiente contrasta con los 35º de sus agradables aguas provenientes del volcán Polques, que además de su lujuriosa sensación son buenas para los tratamientos de artritis y reumatismo.  


Ascendemos hasta los 5.100 metros de altitud para llegarnos a los Geiseres Sol de Mañana, en donde paseamos entre alborotadas fumarolas con las que juega el viento de estas alturas, decenas de pozas hirvientes de barros cenicientos, y sulfatas multicolores de tonalidades limonadas y escarlatas, en medio de un onírico y tornasolado entrono, pero sobre todo solitario, en contraposición con los geiseres de El Tatio en Atacama 

Llegados en la tarde a la Laguna Colorada el espectáculo no puede ser más fantástico: los tonos de sus rojas aguas contrastando con el blanco de las laminas de la sal, el gris intenso y amenazador de la tormenta al fondo, la placidez de los miles de flamencos dedicados a su cotidianidad y la esa luz de un tenue sol vespertino, generan al lugar de una magia especial de la que creo estará por mucho tiempo en mi mente. La cual he intentado reflejar en las fotos, aunque por mucho que las observo una y otra vez no siento la sensación de aquellos instantes, solo el recuerdo de aquella tarde me hace trasladarme hacia allí. Esta laguna de intensas y rojizas aguas, producidas por cierto tipo de alga ("dunaliella salina" productora del mismo pigmento que da el color a las zanahorias) y los sedimentos de los terrenos circundantes, tonalidades que además se acentúan con la luz solar y el viento, es en verdad una verdadera maravilla de la naturaleza, un espectáculo único en medio de esa nada por la que vamos recorriendo estas estériles tierras. Su extravagante belleza y sus particulares características le hicieron ser propuesta en 2011 como una Las Siete Maravillas Naturales del Mundo, título que por suerte o desgracia no consiguió.  Con una superficie de 54 km2, una profundidad media de 35 cm. y un perímetro de 35 kilómetros es la más extensa de toda la zona. 
 

Con este espectacular enclave como vecino, pasamos la noche en unos rudimentarios "refugios" que hay en sus proximidades. La ruta transcurre por encima de los 4.100 m.de altura, llegando en algunos puntos a superar los 5.000, siendo por ello que el descanso nocturno no sea en las mejores condiciones, estando afectados por el mal de altura la mitad del grupo de seis que componíamos la comitiva viajera. 

Amanece un nuevo y trasparente día, madrugamos para continuar en dirección norte por la baldía Pampa Chijllas hacia las planicies del Desierto de Siloli, donde se encuentran las Montañas de Colores y el curioso Árbol de Piedra. Singular y caprichosa figura rocosa creada por el viento que con forma de gajo de coliflor desafía a la gravedad. Continuamos nuestro polvoriento recorrido atravesando la Pampa Ramadita, paralelos a la linde chilena que apenas está a tres kilómetros donde se sitúa el Hito Ojo de Perdiz. El constante y desolado entrono por donde nos movemos solo es interrumpido por los volcanes que nos rodean, mostrándonos sus cetrinas laderas, paulatinamente mudadas hacia tonalidades ocres y granas provenientes del bórax y azufre, minerales que se encuentran en sus entrañas.
 
Proseguimos nuestro periplo pasando por diversas lagunas altiplánicas: Honda, Chiarcota, Hedionda, Cañapa, también con hermosas imágenes de los flamencos reflejándose sobre sus aguas junto a las montañas que las rodean. El tiempo es cambiante por estas latitudes, sol, lluvia, aire, frio………….. y de nuevo sol, el espectáculo sobrecogedor, las sensaciones sorprendentes, la vida en estos interminables existe eriales, los colores asombrosos y el aire limpio y puro. 

Comenzamos a descender para situarnos apenas por debajo de los 4.000 m. llegando a unos paramos, donde en medio de unas formaciones rocosas podemos divisar en la lejanía el humeante Volcán Ollagüe. Es aquí donde descubrimos la "llareta", una planta muy longeva, llegando a algunos ejemplares a tener cerca de tres mil años de antigüedad, uno de los organismos vivos más añejos de nuestro maltratado planeta, desarrollándose entre los 3.200 y 4.500 metros de altura, y a la que los lugareños le atribuyen propiedades contra el reumatismo, la diabetes y la presión arterial, siendo usada así mismo como combustible. Pariente del perejil, crece sobre las rocas adaptándose a sus formas para que los vientos no la arrastren, siendo su textura muy compacta hasta el punto que al tocarla no parece un vegetal sino más bien una piedra, como un verde coral terrestre.
 
Al acercarnos a la insulsa localidad de Alota, pasamos por la Laguna Turquiri y el Valle de las Rocas, con extrañas formaciones pétreas de origen volcánico en donde imaginar a través de sus formas las figuras más insinuantes. Este paraje está calificado como el mejor lugar para la escalada deportiva (boulder) en Bolivia. Las alineaciones rocosas que por el lugar existen son un espacio idóneo para esta actividad, y aunque no son muchos los bolivianos que se dedican a esta práctica, si que se han acercado hasta aquí renombrados "trepadores", poniéndolo de moda en competencia con los ya consolidados lugares de este tipo de actividad: Bishop en California (U.S.A.) o Peak District en Inglaterra, al igual que ha ocurrido con el alpinismo de grandes paredes, entre el afamado Yosemite y los groenlandeses y altivos picos de Tasermiut 

Tras pasar por la anodina población y seguir nuestro cenital recorrido llegamos a la aldea de San Agustín, que aun humilde es mucho más vistosa y autentica que la de Aloa. Continuamos por territorios ya más humanizados y menos elevados, sobre los 3.600 m. llegando a Julaca, pueblo semiabandonado que nos recuerda los peliculeros del oeste americano. Solo cuatro casas, la estación del histórico ferrocarril salitrero de Oruro a Antofagasta y un desolado cementerio. Cruzamos el Salar de Chigüana, desaguadero natural del Salar de Uyuni, donde en su orilla septentrional, algo elevada y con unas magnificas vistas hacia el sur de su blanca planicie, llegamos ya en avanzada tarde a las cercanías de la aldea de Colcha "K", donde pernoctamos en un "Hotel de Sal", si tal cual, construido y levantado con bloques de sal, hasta las camas tienen como soporte ese mineral. 

Nuevamente madrugamos, y mucho, conduciendo aproximadamente una hora a oscuras por las que imaginamos blancas planicies del gran Salar de Uyuni (ya que los conductores apagan las luces de los vehículos), para ver amanecer en medio de la inmensidad salina desde la Isla Incahuasi (Casa del Inca), la más grande de las 33 islas que se encuentran en la zona central del salar, un extraordinario mirador de 360º. Esta atalaya en medio de la impoluta y blanca llanura, está totalmente cubierta por imponentes cactus de hasta 10 metros de altura.  

Formado por la evaporación de antiguos mares, a una altitud de 3.653 metros, una superficie en continuo crecimiento de unos 12.000 km2 (como toda la provincia de Salamanca), 120 km. de largo por 80 de ancho y una profundidad de hasta 120 metros, es la más grande extensión salina del mundo, con 10.000 millones de toneladas de sal de las que se extraen 25.000 cada año, siendo así mismo la reserva más importante de litio del planeta, representando entre el 50 y 70 % de la producción mundial. Estando su lecho formado por unas 11 capas del salino elemento, cuyo espesor varía entre los 2 y 10 metros. Cifras que acongojan pero que relegan en cuanto pisas su suelo, absortos por su sencilla y a la vez dura belleza, un lugar único en el mundo.
 
No hay caminos trazados ni señales, todo lo que nos rodea en los cuatro puntos cardinales es la blancura de la sal. Solo la memoria o la intuición nos servirá de guía, pues su alto contenido en litio convierten en inútiles las brújulas, GPS y móviles, por lo que muchas personas se han extraviado confiados en estos instrumentos, llegando algunos a perecer deshidratados al no poder localizar una salida. 

El efecto que nos genera su visión es la de un inabarcable desierto blanco, una albura infinita que cubre todo nuestro rededor, cielo y sal fundiéndose en el horizonte, con una cegadora e increíble luz, un lugar donde se alcanza a perder la noción del tiempo, transformándose en un sitio casi mágico. Espacio que no tiene parangón a ningún otro por la inmensidad y magnificencia de su albina y enorme llanura, generando la sensación de hallarnos en medio de una ficticia meseta, en la que el horizonte es el límite del cosmos. Perspectiva solo interrumpida al norte por el mítico perfil del volcán Tunupa, que con sus 5321 m. según las creencias locales creó esta maravilla salada. Nos traslada una antigua leyenda aymara: "que en la noche de los tiempos, Tunupa, Kusku y Kusina, las montañas ubicadas al borde del salar, eran gigantes. Tunupa y Kusku estaban casados, pero Kusku huyó con Kusina, lo que generó que Tunupa se pusiera a llorar durante la lactancia de su hijo, generando que sus lágrimas se mezclaron con su leche, formando el Salar, al que se le conocía con anterioridad como el Salar de Tunupa". La magia de estas fabulas del pasado han perdido parte de su hechizo, osándose a rivalizar por estos lugares los vehículos del afamado rallye Paris-Dakar. Curioso nombre el que mantiene esta competición que por tierras de la américa sureña, mantiene como reclamo publicitario ciudades tan lejanas del continente europeo y africano.
 
En época de lluvias, de enero a marzo, el salar queda cubierto por una lamina de agua en la que se refleja el cielo perfectamente, creando el espejo más grande del mundo, semejando que se camina por las nubes, famoso y fotografiado efecto. Para los amantes de la imagen el Salar de Uyuni compone un lugar idóneo, donde el inmenso blanco de la superficie se funde con el penetrante azul del cielo, creando imágenes verdaderamente caprichosas, solo equiparables a las de las regiones polares. 

Proseguimos nuestro recorrido cruzando la ingente, extraordinaria, afamada e impar albicie durante el resto de la mañana, llegando a lo que en su día fue un contaminante Hotel de Sal construido en medio del Salar. Que rodeado de patrióticas banderolas multinacionales y un monumento al afamado rallye que paso por estos lares, hoy se ha convertido en un simple, pero simple museo. Despidiéndonos del Salar de Uyuni por su extremo oriental, donde se halla la aldea de Colchani, en la que sus habitantes subsisten con la extracción de sal y las ventas de un mercadillo para turistas.  

Antes de desembocar en la urbe de Uyuni, nos desviamos para visitar un curioso, herrumbroso y destartalado cementerio de trenes. Locomotoras a vapor del siglo pasado, o aun del anterior, vagones y enseres de cuando el ferrocarril salitrero estaba en pleno apogeo, un espectáculo surrealista en plena llanura a las afueras de la ciudad.
 

Uyuni, con sus 60.000 habitantes es una localidad sin carisma, apenas un lugar de servicios para los que van de paso o visitan el Salar, pero que sirve de conexión para otros destinos, como era nuestro caso: comer, cenar, buscar un sitio donde alojarnos, asearnos……….. y coger ese curioso tren con el que he empezado este relato que ahora retomo. 

Acomodados en un vagón casi vacío; pues aparte de nosotros solo había una señora, lo cual se justifica por la categoría del billete (asientos semi-cama, calefacción, azafato, televisión y desayuno), pues los locales y los mochileros van en otro compartimento, por apenas una diferencia de 5 €; nos disponemos a recorrer los 200 km. que separan las poblaciones de Uyuni y Tupiza en unas 6 horas (a una media de 33 k/h.  Pasamos las tres primeras dormidos a causa del intenso día pasado, despertándonos sobre las 6 de la mañana en la estación de Atocha, siendo la curiosidad del destino la que nos ha traído a la homónima estación emblemática de nuestro ajetreado Madrid. Miramos aun soñolientos por las ventanillas observando un espectáculo sobrecogedor, están apareciendo los primeros rayos de sol que iluminan nuestras faces, pero no es el astro rey el que esta vez nos sorprende en el amanecer, es el itinerario por el que trascurre el ferrocarril. Enormes barrancos y abismos se divisan a nuestros pies, cruzamos áridas y profundas quebradas producidas por las escorrentías de siglos entre los que trascurre curva a curva el tren, insignificantes viaductos sujetos con maderos salvan los siniestros barrancales, convirtiéndose este trayecto sin duda en uno de los más turbadores y que ha generado más desasosiego de los que mi ser ha recorrido, pero a la vez el que me ha originado más emoción y arrebato. 

De siempre me ha gustado viajar en tren: las salidas los fines de semana a la sierra madrileña en el eléctrico de Navacerrada, los viajes al Pirineo en el "Correo de Zaragoza" y el Canfranero, las primeras salidas a los Alpes en los "chemines de fer" de Francia y Suiza, el de todos los veranos a Soria desde Torralba, este sí que era bueno, y otros tantos por la geografía patria. Pero este de Uyuni a Tupiza me ha impactado en verdad, las vías son enormemente estrechas, el curvo y sinuoso trazado desde Atocha a nuestro destino en permanente descenso, el agreste y siniestro pero a la vez hermoso paisaje por el que discurre, el monótono traqueteo de esta vieja vía férrea. Es como viajar en los primeros años del siglo pasado cuando el tren se inauguró allá por el año 1913, con la seguridad que desde entonces pocas o ninguna mejora en su trazado ha tenido. Pena que estén construyendo la definitiva y ya asfaltada carretera a Tupiza, siendo el futuro de este ferrocarril incierto, teniendo como el de otros tantos sus días contados.
 



Tupiza a orillas de su análogo rio es una población viva y colorida, sus pobladores en mayoría pertenecientes a la etnia "chichas" son gente humilde y agradable, duros y resistentes, de piel oscura y rasgada, estando curtidos por el entrono circúndate. Hasta aquí, en el culo del mundo, nos hemos llegado para comprobar la fuerza de sus quebradas, barrancos y portillas, para admirar los colores de sus tierras y para conocer sus formas de vida. Originariamente, en la antigüedad, Tupiza formo parte de un inmenso lago por el que las aguas buscaron una escapatoria, creando la garganta por la que hoy vemos fluir el rio.


Por este motivo, las rocas y las superficies de esta región han sufrido durante millones de años el efecto desbastador de la erosión, formando así los dentados cuchillares y los coloridos barrancos con rocas multicolores. Siendo por ello que podremos observar montañas de sugerentes tonalidades: rojo, gris, cenizo, azul y violeta, que nos sorprenderán y alegraran nuestra vista. 
Siendo esta población y después de haber visitado la zona, es el mejor lugar para contratar y realizar el recorrido por Uyuni, sus desiertos y sus lagunas, en vez de hacerlo desde San Pedro de Atacama o Uyuni. Nos alojamos en el muy aconsejable "Hotel Mitru" y a través de ellos y su agencia de viajes "Tupiza Tours" contratamos las excursiones por la zona, bien sabéis los que estas páginas frecuentáis, que no hago publicidad ni promoción sin ton ni son, pongo lo que me parece bien y lo que quiero reprochar, es por ello que estas gentes son merecedoras de aparecer positivamente en mis paginas por su atención y profesionalidad, no como el guía-chofer que nos condujo por las llanuras de Uyuni, sobre el que recae todo mi ingratitud, por cierto se llama "Rómulo". 

Si os acercáis por estas latitudes, pedid que "Freddy" sea vuestro guía, seguro que os encantará más aun el recorrido, una persona amante de su tierra, orgulloso de su gente los "Chichas", ameno, pausado, informado y buen profesional.  

El se encargó de enseñarnos los recónditos secretos de estas tierras: La Poronga y Barranco del rio Tupiza, Cordillera Colorada, Quebrada de Palmira con la Puerta del Diablo y sus petroglifos, Valle de los Macho y Cañón del Inca, Rio San Juan del Oro donde se sitúa El angosto y El Toroyoj, Cañón del Duende, Quebrada Palala del Valle de Chicheño, y El Sillar o Valle de la Luna ubicado en el camino a San Vicente.  

Población esta, donde fueron enterrados los famosos bandoleros "yanquis" huidos a estas tierras Butch Cassidy y the Sundance Kid, que fueron muertos por el ejército boliviano después de realizar un último atraco en Tupiza. Su historia está perfectamente reseñada en la famosa película de George Roy Hill, que premiada con cuatro Oscar y realizada en 1967, tiene como protagonistas a Paul Newman y Robert Redford.  

Tal vez la escapada de estos celebres atracadores fuera debida no solamente por la persecución a la que estaban sometidos en los EE.UU. eligiendo estos áridos barrancales para escabullirse, sino también por la riqueza aurífera que tenia a finales del siglo XIX esta zona, de donde vine el nombre de Rio San Juan de Oro. Aun en la actualidad se pueden encontrar entre sus quebradas, pequeñas y humildes chozas donde bucólicos y románticos buhoneros siguen afamados en la búsqueda del preciado mineral con las rústicas herramientas de antaño, bateando las arenas de los ríos.
 
Partimos de aquí, ya en dirección norte, en busca de la Bolivia Colonial, no sin antes prometernos que si alguna vez nos volvemos a acercar por estas latitudes haremos por regresar a estos lugares llenos de encantamiento y magia.




 

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